Leyendas del día de muertos

LEYENDAS DEL DÍA DE MUERTOS...

EL HOMBRE QUE NO RESPETÓ EL DÍA DE DIFUNTOS
 
En cierta ocasión, un hombre no respetó el día de difuntos.
Se trataba de un hombre que no quería perder un solo día de trabajo en su parcela. Así que cuando llegó la fecha de celebrar el día de difuntos se dijo:
“No voy a perder mi tiempo en este día, debo ir a trabajar a mi parcela, cada día debo buscar algo para comer y no voy a gastar mi dinero para esta fiesta, que además me quita mucho tiempo.”
Así que se fue a trabajar al campo, pero cuando estaba más ocupado escuchó una voz que salió del monte y le decía: “Hijo, hijo, quiero comer unos tamales (kuatzam).”
El hombre se quedó muy sorprendido y pensó que era su imaginación la que le hacía oír cosas, pero poco después escuchó claramente otras voces, como de personas que
conversaban entre sí y lo llamaban por su nombre; reflexionó sobre lo que estaba sucediendo y comprendió que eran voces de su padre y familiares difuntos que clamaban por las ofrendas que les había negado.
Inmediatamente dejó su trabajo y regresó corriendo a su casa; ahí le dijo a su mujer que matara unos guajolotes e hiciera unos tamales para ofrendarlos a sus difuntos en el altar familiar.
Mientras la mujer trabajaba sin cesar en la cocina preparando las ofrendas, el hombre se acostó a descansar por un rato. Cuando todo quedó listo fue la mujer a despertar a su esposo. No logró despertarlo, pues el hombre estaba muerto; aunque había cumplido con lo que pedían sus familiares difuntos, estos de todos modos se lo llevaron.
Es por eso que en la Huasteca se cree que es una obligación preparar ofrenda para los difuntos; de esta forma se les complace y se comparte junto con ellos la alegría que se vive en familia.
Por eso nunca se debe dejar de ofrendar a los muertos el 2 de noviembre; se prenden cohetes y bombas para que su ruido espante al demonio; también se encienden velas para que iluminen el camino al difunto. Si a éste le gustaba mucho el aguardiente, por ejemplo, se le debe comprar y poner en el altar para que lo tome.
Estos ritos son obligatorios, porque si no se celebran es muy posible que los muertos se lleven al dueño de la casa.

EL QUE NO CREÍA EN TODOS SANTOS
 
Un hombre vivía sólito, ya no tenía mujer, pero un día se casó con una viuda, la que heredó de su difunto esposo algo de bienes, pues no era muy pobre aquel difunto; por lo tanto, su mujer tenía bastantes marranos, guajolotes y gallinas. Al llegar Todos
Santos le dijo a su mujer: “No vas a matar nada, ni siquiera un pollo".
Así nomás la vamos a pasar en Todos Santos, no vamos a comprar nada, no hay dinero con qué comprar. Si hay lo que hay, ahí que estén, no es cierto que vienen en Todos Santos los que ya han muerto.
“¿Quién los ha visto, si es cierto que vienen? Nomás dicen. No es cierto que vienen. ¿Cuándo van a volver si ya están podridos?” 
Le dijo a su mujer: “Vas a ir a cortar lo’e y eso es lo que vas a guisar, si quieres poner ofrenda”. 
El hombre se fue a su milpa y la mujer fue a cortar lo’e; empezó a guisar y al terminar puso su ofrenda en el altar. Cuando ya estaba terminado el Todos Santos, venía sólito el hombre en el camino de regreso de su milpa y ahí por donde pasaba había otro camino que era el del camposanto. Al momento oyó que hablaban preguntándose unos a otros lo que llevaban. Uno dijo: “Yo encontré mi casa muy bonita, traje mi ropa, mi pañuelo, ¿y tú?” “¿Yo?, me fue bien, me dieron todo lo que ellos tienen”. Y preguntaron al otro: “A mí no me dieron nada, nomás esto me habían puesto; pero a ver si tardan en vivir”, hablaba, y esa voz se oía con tristeza, bien se oía que lloraba esa persona.
Aquel hombre que había ido a la milpa escuchaba todas las palabras y oyó que era la voz del hombre que había sido marido de su mujer. Lo que llevaba aquel difunto se oía bien que todavía estaba hirviendo y algunos de sus compañeros le decían que lo aventara y ellos le convidaban un poco de lo que llevaban. El hombre, al escuchar y reconocer aquella voz, marchó para su casa y al llegar le dijo a su mujer: “Pon a calentar el agua, vamos a matar al marrano.” 
Empezó a arreglar y adornar su altar; al terminar mató a su marrano; su mujer empezó a moler e hizo tamales y luego luego pusieron la ofrenda al anochecer. Al siguiente día, al amanecer, aquel hombre no se levantaba y cuando lo fueron a ver ya estaba muerto. Es porque no quiso que pusieran ofrenda y aunque lo hizo después ya no le valió porque ya se habían ido aquellos difuntos. Y ahora, por muy humilde que la gente sea, siempre se ponen ofrendas en el altar.








RECUERDA PONER TÚ OFRENDA SI NO TE VA A LLEVAR EL MUERTO!!!

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